Amar sana el duelo.

Hoy es domingo, mi día favorito. No importa si está soleado, nevando o lloviendo. El domingo tiene algo que me hace sentir relajada.
Hoy está nublado y la temperatura está por encima de la normal para un día de enero. Me gustaría estar en la cama, arropada y leyendo pero tengo que cuidar a tres de mis hijos y a un amiguito que ha venido a jugar. Aquí estoy sentada, supuestamente echándoles un ojo, mientras escribo lo que he soñado hacer durante años.

Este sueño de escribir un poco acerca de los diferentes zapatos que me pongo a diario.

Recientemente me ha tocado sacar un par de zapatos que prefiero esconder en lo mas oscuro de mi clóset. Ayer recibí una llamada de mi tía para informarme que mi tío, el mayor de ellos, ha fallecido. Las lágrimas brotaron al escuchar la noticia y darme cuenta que han pasado seis años desde la última vez que lo vi. Mas lágrimas corrieron por mis mejillas cuando escuche a mi tía quejarse que la genta que mas ha amado en su vida sigue marchándose. Y así, me puse los zapatos de inmigrante que me recuerdan que no puedo correr a abrazar a mi tía y consolarla. Me tomaría un día de viaje en avión ir a verla.

Traté de consolar a mi tía recordándole que su hermano era un hombre de fe. El creía que “un día en la presencia del Señor vale mas que miles en otra parte.” Ella trató de tomar esas palabras de aliento pero su dolor es evidente. Le repetí muchas veces “te quiero”, y le sugerí que hiciera lo que ella prefiera, dado que ella no quiere ir al funeral porque los zapatos del duelo aún le aprietan. Ella ha llorado por los últimos dieciocho años. Perdió a su hijo, madre y otros dos hermanos. Yo la entiendo. ¿Quién quiere ponerse esos zapatos de nuevo?

El duelo es algo para lo que no estamos preparados. No es fácil. No es breve. Es como un par de zapatos nuevos que te producen ampollas hasta que tus pies se acostumbran a ellos. Pero después de amansarlos, la idea de volver a ponerte ese par te hace arrugar la cara. Incluso recordar que tienes ese par te desanima.

Pero el duelo me recuerda que sé amar. La partida es dolorosa porque yo amo a mi tío y tengo bellos recuerdos con él. Nelson era pintor. Sus cuadros fueron exhibidos en Venezuela muchas veces. El me pintó un payaso cuando tenía seis años y aún lo conservo. Nelson era un hombre de sonrisa amplia y risa a carcajadas. El solía llamarme Marielita. Sin embargo lo que mas me gustaba de mi tío Nelson era que siempre me contaba historias acerca de mi mamá. Me echaba cuentos de cuando eran jóvenes y de las travesuras que hacían. Mi tío Nelson me llevó de vacaciones a su casa en el sureste de Venezuela después que mi mamá murió. Durante los viajes de Guasipati a Puerto Ordaz que hacíamos por su trabajo, me explicaba que el duelo es un proceso. Mi tío consoló mi corazón con largas tertulias acerca de la vida mientras comíamos pan madamo, un pan dulce especial hecho por las viejitas de El Callao (un pueblo minero en el Estado Bolívar).

Tío Nelson me dijo muchas veces que mi mamá fue una gran mujer. Y a veces, como una letanía, me repetía que buscara la felicidad en la vida porque eso es lo que mi mamá hubiese querido para mí. Sin importar lo que la vida pudiese arrojar en el camino, él me decía “tú tienes lo necesario, tú mamá te enseñó bien.”

La última vez que vi a mi tío Nelson su sonrisa era amplia como siempre. Nos abrazamos y su orgullo era indudable cuando conoció a mi esposo Steven y abrazó a mis hijos Sofía y Samuel. Hablamos de la vida, nos reímos y tomamos algunas fotos.

Esta mañana canté y lloré. Estos zapatos del duelo no son mis favoritos. Sin embargo, cada vez que salen traen con ellos otros que me emocionan. Los de la esperanza. Ellos se complementan. La cosa es que para alguien como yo, el duelo no es eterno. Yo lloro la ausencia de mi tío pero tengo la esperanza y certeza que un día nos volveremos a ver. Tío Nelson tendrá su sonrisa de oreja a oreja y reirá a carcajadas. Es esta certeza la que consuela mi corazón.

En un futuro los zapatos del duelo serán obsoletos.

Es hora de despertar y secarme estas lágrimas. A ponerme en los zapatos de madre! Los niños ya casi gritan que tiene hambre!

Amar sana el duelo.

“Ama y ponte los zapatos”

“El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.” Apocalipsis 21:4

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